Begoña Gómez Urzaiz reflexiona sobre el sacrifico y la renuncia materna en ‘Las abandonadoras’, donde recopila las historias de Ingrid Bergman, Doris Lessing, Mercè Rodoreda o Muriel Spark, que dejaron atrás a sus hijos
“Tan feminista no serás”. El pensamiento culpabilizador le rondaba a Begoña Gómez Urzaiz cada vez que se topaba con la historia de figuras como Ingrid Bergman, Maria Montessori, Gala Dalí, Muriel Spark o Joni Mitchell. Todas ellas vivieron maternidades turbulentas, acabaron abandonando a sus hijos y protagonizando escándalos en su época. Pero, ¿quién era ella para colocarse en un lugar superior moralmente y juzgarlas? ¿Dónde quedaban la empatía y la sororidad? Fruto de esa “obsesión” con las madres que en un momento de su vida decidieron dejar a sus hijos atrás -y todo lo que ello implica: la culpa, el sacrificio, la renuncia, la madre como creadora-, la periodista publica Las abandonadoras (Destino), un ensayo donde parte de esa frase algo sentenciosa que todos hemos pensado alguna vez: “¿Qué clase de madre abandona a su hijo?”.
“Algunas tuvieron a sus hijos muy jóvenes, otras casi que se los encontraron y muchas los desearon. Pero lo que las une a todas es que no quisieron convertirse en madres por el hecho de tener hijos. Les pesaba mucho todo lo que se asocia a la idea de maternidad y la expectativa de los cuidados“, explica la periodista. “Eso sucede porque el núcleo de la maternidad era y sigue siendo la renuncia. Y eso puede resultar muy opresivo. No me extraña que la gente se piense tanto lo de ser madre porque, ¿quién quiere renunciar a todo? A tu deseabilidad, a tu vida en pareja, a seguir creciendo en tu carrera, a la posibilidad de mudarte, que te suban el sueldo, a gastarte el dinero en ti misma y no en extraescolares…”.
Aparejada a la idea de renuncia, tras el concepto de maternidad se esconde otra: la de que ser madre lo cambia todo y transforma a las mujeres. “Cuando te conviertes en madre sigues siendo igual de mala persona que antes. Nos dicen que la esencia de las madres es la generosidad, pero tener hijo no te va a librar de seguir teniendo momentos de mezquindad. Tengo la sensación que si no viéramos la maternidad como un punto y aparte gigantesco, una especie de acantilado en nuestras vidas que lo cambia todo, nos liberaríamos un poco de la opresión”.
De Doris Lessing todo el mundo sabe dos cosas: que ganó el Premio Nobel de Literatura y que abandonó a sus dos hijos. La autora de El cuaderno dorado definió la maternidad como “el Himalaya del aburrimiento” y escribió que “no hay nada más aburrido para una mujer inteligente que pasar infinitas horas con niños pequeños”. Gómez Urzaiz coincide en que un mundo como el actual, “diseñado para entretenernos constantemente con estímulos, en el que cada noche te sientas en el sofá y piensas en cuál de las 50.000 series de todas las plataformas verás”, la esencia de la crianza, que es una repetición monótona y aburrida, “el leer el mismo cuento cada noche”, tiene un difícil encaje, aunque no imposible. El ensayo se pasea por las distintas maternidades proyectadas desde las redes (las momfluencers de Instagram), el cine (la carrera de Meryl Streep como un catálogo de la abnegación) y también las que pretendemos no ver, como las madres que dejaron a sus hijos en Colombia, México, Bolivia o Ecuador para cuidar de las nuestros.
Los padres no salen en Las abandonadoras y, cuando lo hacen, aparecen como “la cara oscura de la luna”. ¿Podría haber triunfado Joni Mitchell como madre soltera en la escena folk de mediados de los 60 de haberse llevado su bebé a Laurel Canyon? A nadie se le ocurrió nunca preguntarle lo mismo a los novios de Mitchell: todos tuvieron hijos y no pocos. Visto lo visto, esos bebés sí que eran perfectamente compatibles con el éxito: Bob Dylan tuvo seis hijos, igual que David Crosby; y Graham Nash tres, los mismos que Neil Young, cuya ex mujer, la cantautora Pegi Young, dejó la música para cuidar al hijo mayor de ambos, con parálisis cerebral.
Para los hombres de esa generación ir sumando hijos, matrimonios y discos a un ritmo tranquilo pero constante no suponía ningún problema. No para ellas. A una reflexión similar llega la protagonista de Bergman Island, la película de Mia Hansen-Love, una cineasta que aterriza en la isla de Faro seducida por el genio de Upsala, alguien que con 40 años ya había rodado 24 películas y tenía cinco hijos. “A mi también me gustaría tener nueve hijos de cinco maridos distintos“, dice el personaje interpretado por Vicky Krieps.
“Padres que se van hay muchos y el hecho ni siquiera convalida como una gran desgracia en la vida. Si nos pusiéramos a hacer una lista con toda la gente que conocemos que se ha criado sin padre, nos saldrían varios nombres. Pero, ¿conocemos a tanta gente que se haya criado sin madre?”, se pregunta Gómez Urzaiz. En eso, pocas cosas han cambiado desde Ana Karenina o Casa de muñecas, escritas con un año de diferencia, en 1878 y 1879. “Hemos avanzado en muchas cosas, pero ese tabú permanece intacto. Se sigue valorando distinto que un padre se vaya a que una madre lo haga. Es algo que también está en La hija oscura, donde se ve cómo ellos no arrastran con la culpa primigenia que persigue a las mujeres”. Todo esto sirve remite de algún modo al eterno debate sobre la separación entre obra y autor, “una idea anticuada, una farsa con la que ya no tiene sentido seguir” según la periodista, que tiene mucho que ver con la figura del “monstruo del arte”, ese creador al que se le perdona que haga el mal en su vida privada en pos del arte, algo que a las mujeres nunca se les ha permitido.
Uno de los casos más desconocidos con los que se encontró Gómez Urzaiz es el de Mercè Rodoreda, toda una institución de la literatura catalana en cuyas biografías se pasa de puntillas por el abandono de su hijo para huir a Francia, tras estallar la Guerra Civil. “Tant de bo es morís”. Ojalá se muriese, se dice que Rodoreda le dijo sobre él a su amiga Anna Murià. “Su caso es de los más tristes porque el hijo, Jordi, estuvo más de 40 años ingresado en instituciones psiquiátricas. Dejaron de hablarse. Puede que hubiera un componente genético, porque a Rodoreda la casaron a los 19 años con su tío carnal, con bula papal. Pero si lees todo lo que se ha escrito sobre ella, el tema del hijo es el gran ausente. Se le menciona de pasada, apenas dos entradas en el índice onomástico, supongo que por pudor o apuro. Creo que esa manera de abordar la biografía ya no se sostiene”, reflexiona. La trayectoria de Rodoreda es, por cierto, curiosamente parecida a la de Muriel Spark: ambas vidas quedaron marcadas por una guerra, el abandono de un hijo, la disputa por una herencia y un ocaso tranquilo lleno de reconocimiento, ambas acompañadas por otra mujer.
Lo cierto es que la idea de “la madre errante y triste” está en el aire más que nunca, como si por fin hubiera salido del armario. ¿Alguna solución? “Suena utópico, pero creo que son necesarias más ayudas. Deberíamos criar un poco más en manada. Como tantas otras cosas, la pandemia ha acelerado que repensemos conceptos como el sacrificio. Y se ha demostrado que el modelo actual de maternidad es muy opresivo para quien carga todavía con los cuidados, que es la mujer”.
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Qu clase de madre abandona a sus hijos?